Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
—¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo he contado?
—Lo recuerdo todo, desde la primera vez que salimos juntos.
Su fe y su esperanza no le habían fallado nunca.
Primero pides prestado; luego pides limosna.
—Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presente un pez tan grande que nos haga quedar mal.
—No existe tal pez, si está usted tan fuerte como dice.
—Quizá no esté tan fuerte como creo —dijo el viejo—. Pero conozco muchos trucos, y tengo voluntad.
¿Por qué los viejos se despertarán tan temprano? ¿Será para tener un día más largo?
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